LAS Logias reunidas estando dirigidas por las leyes primitivas de una Orden de paz y caridad, deben distinguirse por una gran decencia en sus asambleas[...] Esta también severamente prohibido hablar en Logia de religión y materias políticas

martes, 23 de abril de 2013

DEL HONOR COMO VIRTUD CRISTIANA

Extracto del libro: "LA VOIE DU BLASON" de Pascal Gambirasio d'Asseux, en que nos ofrece una visión espiritual sobre la Heráldica y el Blasón.


El honor es uno de los fundamentos del blasón. Ningunas armas no se conquistan y se “mantienen” fuera del honor. La verdadera muerte del blasón es el deshonor. He aquí por que nos parece que las notas siguientes se inscriben absolutamente en el marco de este libro dedicado a la vía del blasón.

Antes de la Encarnación, podríamos decir, Dios dispensaba su Misericordia sobre el hombre, contemplándolo, de algún modo, desde “lo Alto” (pero en absoluto desde arriba). Después de la Encarnación, Dios contempla al hombre desde “el interior”. El amor ya no desciende “solamente” desde el divino corazón sobre la humanidad herida; se tiene a partir de ese momento en el seno del hombre: el corazón de Dios, el corazón de Jesús en el corazón del hombre. Por su parte, este último ya no debe levantar tanto sus ojos hacia el Cielo para sentir la Presencia divina que escucha el Cielo; delicadamente “ya” presente en él le basta con llamarlo; llamarlo como a un Padre por su nombre en tanto que hijo…

La llamada del Señor, no obstante, no es una orden del General, sino la queja de un amigo, y si es grito, es un grito de Amor que nos es lanzado de este modo. Se impone entonces dulcemente a nuestro corazón, dirigiéndose entonces a nuestra libertad y nuestro propio amor: “Jesús dice a Simón-Pedro: Simón hijo de Juan, ¿me amas?” (Jn XXI, 15-18). A la respuesta por tres veces afirmativa de Pedro, Jesús reformula su llamada: “Sígueme”. (Jn XXI, 19).

Dios no desea “simplemente” nuestra obediencia sin nuestra adhesión; Él no espera, no quiere un “si” aplastado del servidor, sino el asentimiento de todo el ser de un hijo, de un amigo, un “¡Amén!”: la conformidad, en respuesta de amor, de nuestra voluntad a Su Voluntad de tal manera que ambas no sean más que una para nuestra alegría recíproca y la Salvación del mundo. Esta es toda la experiencia del “intercambio de corazones” tal como lo vivió santa Caterina de Siena (Lettres et Dialogues).

Fuera de esta realidad, no hay ninguna verdad del hombre y ninguna vida para el hombre, ninguna vida propiamente humana en el sentido de su dignidad y finalidad originales.

Es esta realidad la que el honor expresa; en la que tiene su fuente, de la que saca su legitimidad y su exigencia, de manera que la esencia del honor, metafísica y antológicamente, se revela como el Amor mismo.

De este modo, el Bello Hacer no es más que otro nombre del Bello Amor.

Virtud mayor de la caballería, el honor, es en efecto, ya que da testimonio, hasta el más extremo sacrificio, en particular el de la existencia terrestre, la conformidad “natural” del ser que lo vive a la Verdad, es decir a Dios mismo. Conformidad “natural” porque es a la vez “sana” y santa en particular puesto que se trata de la respuesta libre que acabamos de mencionar hace un instante. Esta libertad, carácter fundamental en sentido pleno, de todo acto humano es propiamente la “firma” del hombre tal como Dios la ha preservado y respetado de manera misteriosa e intangible a pesar de todas la caídas de este hijo. Esta dignidad, a saber esta libertad y así pues esta responsabilidad, origen del honor, es la de la Imagen divina, el reflejo divino que el hombre lleva en él, siendo el hombre, en toda su verdadera naturaleza.

Jamás estas palabras de Bossuet deberían dejar nuestra memoria: “La libertad no consiste en hacer lo que uno quiere, sino en querer lo que uno debe”. Ahí reside la fuente viviente del Amor en Cristo, es decir en Dios; ahí se tiene el misterio sagrado del honor.

Entonces, el honor se presenta como fruto de gracias y expresión de un “humilde orgullo” que no es otro que la certeza y la alegría “de ser” y actuar según la Voluntad del Padre. La respuesta libre en perfecta armonía con la divina voluntad aparece como el sello de la semejanza divina impreso en el hombre por el Creador, la cual determina así mismo un “mayorazgo” espiritual. Sin este mayorazgo, no podría haber honor porque no habría voluntad libre ni responsabilidad propia. El honor es a este precio como a la inversa, el castigo es entonces la justa consecuencia de las acciones contra el honor, es decir contra natura, así pues contra el Amor, cometidas por una voluntad pervertida. Así mismo, privar a un hombre del castigo representaría negarle su libertad, y a través de ella, más allá de ella, su dignidad de criatura hecha a imagen de Dios.

A la luz de este mayorazgo espiritual toda la potencia fecunda de la divisa tradicional del gentilhombre del “hombre de Pro”, se descubre: “Mi fe en Dios, mi vida al Rey, el honor para mí”. Pero recordaremos igualmente, para comprender el sentido profundo de esta divisa, que el honor se opone siempre al orgullo mientras que se revela –antes al contrario- como hermano gemelo de la humildad, puesto que ésta no es otra –como hemos visto- que la expresión de la Verdad y así pues del Amor. El Amor no está orgulloso de sí mismo; es don por naturaleza; se ofrece antes que esperar recibir. Es lo mismo para la Verdad.

El honor, por otra parte inflexible y sin compromiso, es “humilde de corazón” como Cristo se calificaba a sí mismo, ya que el honor lleva en él, el recuerdo (en sentido teológico, es decir la actualización) de la Presencia real y activa del Señor, le aporta todo, le rinde gracias de todo y en todo, no guardando nada para sí que no sea éste “humilde orgullo” de conformar su voluntad a la Voluntad divina y a vivir la alegría compartida con su Creador por la Vida eterna.

“Signo” exterior de ésta interioridad, de ésta real contemplación, el honor, el Bello Hacer, encarna en su esencia un estado espiritual y podemos atrevernos a decir, que de hecho, este no es otro que una oración. En el se conjugan Fe y fidelidad así como toda virtud, en el sentido latino de virtus que comprende igualmente las de coraje y valentía, que se le suponen.

No se limita al “mantenimiento” de una actitud corporal que le sea marca de presencia y recuerdo (o llamada) a seguir la dirección de quien “sabe ver y oír” y no es tampoco indiferente que en latín –siempre en latín-, honor, honos signifiquen, otro honor: belleza, ornamento, resplandor. ¿Acaso no se conserva recuerdo de ello, cuando se evoca una “bella acción”, “una acción brillante” o “una bella gesta”?... Honor, palabra clave en pleno sentido del término, de la respuesta del hombre a la voz del Señor, que le permite abrir su corazón al corazón abierto de Dios, el honor se concentra en la serena pero inexpugnable verdad de acuerdo a la cual es una rotunda manifestación de Amor. 

Es en este sentido que Juana de Arco, la dulce y poderosa alma de la caballería, reveló el primer deber: “Mi Señor Dios, Primer servido”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario