Como
masones cristianos que deseamos profesar “en todo lugar la Divina Religión de Cristo” y que
debemos “bendecir a la Providencia” que nos ha hecho “nacer
entre los cristianos”[1] como
nos indica la Regla masónica, es importante que en esta búsqueda de la Verdad
que es Cristo, Luz sobre toda luz, teniendo en el Evangelio “la
base de nuestras obligaciones”, tengamos claro que, como nos sigue
diciendo la misma Regla masónica: “el Cristianismo no se limita a unas
verdades especulativas”. El “corazón” del Evangelio es Cristo, único
Maestro y modelo para todos los cristianos, Redentor y Verbo encarnado ante
quién solo nos debemos prosternar.
Todo
lo que este divino Maestro enseñó para nuestra salvación eterna se halla
contenido en el Santo Evangelio, y nosotros como cristianos rectificados lo
aceptamos tal cual es, como Palabra del Señor, así como la Tradición viva de la
Iglesia de Cristo representada por los Santos Padres y los primeros concilios
ecuménicos. Nos remontamos a la unidad de la primitiva Iglesia de Cristo, antes
de las divisiones y cismas que, por el pecado de los hombres, se operaron en
ella, y que desgarraron la “túnica inconsútil” de nuestro divino Redentor.
Como
cristianos queremos vivir según el espíritu de Cristo que supera toda división
y que nos llama a la unidad para que el mundo crea y llegue al conocimiento de
la Verdad. Sólo cuando los corazones de los hombres se abran a esta Verdad y
sean alcanzados por la luz de la gracia de Cristo, reintegrados así en su
primitiva inocencia y bondad, podrán por el amor derramado en sus corazones,
hacer que esa unidad interior del hombre, realice la unidad exterior de los
corazones de sus hermanos los hombres. Por eso dice el Apóstol que la caridad
es el ceñidor de la unidad consumada. Se cumplirá así el deseo de Cristo: “Para
que sean uno como nosotros somos uno”[2].
Tarea que humildemente creo es el objetivo último de la Orden Rectificada y del
trabajo de todo masón cristiano. Es el culto en espíritu y en verdad que nos
pide el Señor.
Para alcanzar la salvación, la única vía, con
mayúsculas, es Cristo, “Camino, Verdad y Vida” y sin la
gracia de la vía iniciática-sacramental cristiana no podemos lograrla: “El
que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios”[3],
le dice Cristo a Nicodemo. Por eso nuestro Régimen nos pide para ser iniciados
en él, ser cristianos, es decir haber alcanzado por el sacramento del Bautismo
este título y don.
El
problema surge cuando, ante las divisiones existentes en la única Iglesia de
Cristo en el devenir histórico, contemplamos con asombro ese amplísimo universo
de iglesias que se autodenominan cristianas y queremos distinguir si en todas
pervive la Iglesia de Cristo y en qué medida, y si son verdaderamente legítimas
sucesoras de aquella, conservando la validez del sacramento que otorga la
gracia de Cristo. Otro problema añadido que se nos plantea es saber si todo el
pensamiento que se dice cristiano lo es realmente y si existe un cristianismo
esotérico o un cristianismo gnóstico que sea el
verdadero cristianismo reservado a unos pocos iniciados, frente al cristianismo
de las iglesias que podríamos llamar “oficial” y tradicionalmente cristianas,
como algunos pretenden y afirman. Sin embargo esto es una falacia. La gnosis
cristiana no es algo oculto o esotérico, está a la vista de todos los que sepan
ver y deseen profundizar en ella. No existen dos niveles en la enseñanza de la
fe cristiana, ni un conocimiento oculto para unos iniciados frente a una
mayoría a los que se alimenta con un conocimiento menor o exotérico, como en la
Antigüedad. Todo el mensaje de Cristo y sus misterios están a la luz de todos
los hombres y mujeres de buena voluntad que quieran abrirse libremente a la luz
de la fe y de la gracia. Todo ese mal llamado cristianismo esotérico,
dónde encuadramos a los gnósticos y su gnosis, no es verdadero cristianismo, ni
sus ideas filosóficas o religiosas tienen fundamento alguno en la fe de Cristo
y de los Apóstoles, sino en ideas anteriores y ajenas al mensaje cristiano.
La
túnica inconsútil de Cristo no sólo se ha rasgado y repartido a suertes, sino
que incluso ha sido arrastrada por el barro y se ha desfigurado su rostro y
figura. Por eso la necesidad de volver a los orígenes y beber no de los
afluentes, sino remontando los ríos, alcanzar la fuente de donde manan: El
Evangelio, los Santos Padres, exponentes de la Iglesia de Cristo y los
Concilios de los primeros siglos. Todo lo demás puede ser útil como lo es el
agua embotellada para el caminante, pero no se puede comparar con beber el agua
fresca del propio manantial. El único
Absoluto es Dios, y la única Palabra de Dios es Cristo, las demás son palabras
de hombres. Como nos recuerda el mismo San Pablo: “Yo planté, Apolo regó; más fue
Dios quien hizo crecer”[4]
Por eso el Régimen Escocés Rectificado sin la vía de la gracia, sin la fe
cristiana, es una vía muerta, al igual que la masonería sin Dios es una
iniciación muerta, como lo es el hombre que quita a Dios de su horizonte, se
des-orienta, pierde el verdadero Oriente hacia el que todos los masones debemos
mirar, para mirarnos a nosotros mismos que no lo somos ni podemos serlo sin
aquel que es la luz verdadera.
En
esta línea quisiera llamar la atención de todos nosotros sobre el problema
recurrente a lo largo de toda la historia del cristianismo que es, el problema
gnóstico. Desde el principio de la Iglesia, los
primeros cristianos, como leemos en muchos escritos del Nuevo Testamento, se
encontraron con quienes predicaban un evangelio distinto al de los apóstoles de
Cristo. El mismo San Pablo les previene contra esos falsos maestros que enseñan
una fe contraria a la que ellos habían recibido del Señor. Entre ellos estaban
los gnósticos. El gnosticismo sigue hoy día como uno de los
problemas, tal vez el más complicado, que se le presentan a la Historia de las
ideas y a la Historia de las religiones, y permanece, por tanto, como un asunto
oscuro incluso para los especialistas. El gnosticismo tiene que ver con la
historia del cristianismo y de la Iglesia de los primeros siglos, con la
situación del judaísmo en el momento de la emergencia del cristianismo, con los
misterios helenísticos, con las religiones orientales, y con el sincretismo
oriental, judaico y helénico de los albores de la era cristiana. El movimiento
gnóstico fue ocultado y combatido, pero esta ocultación impuesta y auto
impuesta, produjo una presión que no ha cesado de minar y por tanto de influir,
en el pensamiento cristiano y occidental, lo que explica en muchos casos las
tensiones y en muchos casos los desgarros en medio de los cuales se desarrolló
el cristianismo primitivo. Sin esta confrontación entre el cristianismo
primitivo y el pensamiento gnóstico, el cristianismo no hubiera llegado a ser
lo que es.
El gnosticismo se presentó y se presenta hoy día, como el verdadero cristianismo, un cristianismo reservado para unos pocos iniciados en los misterios de Cristo y única vía para alcanzar la salvación. Podríamos llamarlo un cristianismo esotérico. De una manera indirecta o abiertamente beligerante, se acusa al cristianismo, especialmente al cristianismo católico, de ser agentes a sabiendas o no, del demiurgo y de conspirar con él para ocultar y tergiversar la verdadera gnosis cristiana, para hacer que los hombres sigan sometidos, confundidos, engañados y adormecidos, para que nunca lleguen a advertir quienes son realmente y en qué situación se encuentran. Se trata de que no puedan jamás conocer las respuestas a las tres preguntas fundamentales acerca del propio hombre: ¿Quién soy?, ¿Por qué estoy aquí? ¿Qué debo hacer? La Gnosis sería, según ellos, la única vía iniciática correcta para dar respuesta satisfactoria a estas preguntas. La única en posesión de la Verdad sobre el origen y destino del hombre. Verdad que el “auténtico” cristianismo, el cristianismo gnóstico, ha mantenido frente al “falso” cristianismo de la religión, es decir, de las iglesias oficiales. Cristo, Pablo, etc.…, fueron para ellos los que enseñaron esta gnosis y las iglesias han tratado siempre de ocultar para mantener sobre los hombres su poder y dominio. Por eso las iglesias oficiales han afirmado que el dios creador y el dios incognoscible son el mismo.
Estas
afirmaciones son del todo falsas y no tienen fundamento alguno. Esto ya lo
afirmaba el gnóstico Marción, cuando decía que el dios del Antiguo Testamento y
el del Nuevo Testamento son dos dioses diferentes. El primero es un dios que
aplica la Ley y castiga, mientras que el otro es un dios amor que siempre
perdona. Los gnósticos acusan incluso a Orígenes, uno de los Padres de la
Iglesia más influyentes en el pensamiento cristiano de todos los siglos, de
unir a estos dos dioses en uno solo. Esta acusación y pretendida creencia de
poseer el verdadero cristianismo ha pervivido a lo largo de los siglos, y como
el Guadiana, ha ido ocultándose y aflorando a lo largo de muchas corrientes de
pensamiento, cambiando de nombres pero siendo siempre el mismo. No olvidemos las palabras de San
Pablo que dice: “Mirad que nadie os seduzca
mediante la filosofía y vano artificio, según la tradición de los hombres,
conforme a los elementos del mundo y no según Cristo.” (Col 2, 8).
El pensamiento gnóstico, que es lo que nos
ocupa en este trabajo, se articula por entero sobre la voluntad de resolver el
problema del mal; y esto, dirigiéndose especialmente, al precio de una
especulación que recurre a lo mitológico, a sus orígenes; esto explica, por lo
demás, la fascinación que ejerce y, en gran medida, las dificultades que
plantea. Su pregunta es: ¿De dónde viene el mal?; enorme pregunta que sigue
siendo el desafío para todo pensamiento y toda religión. La gnosis implica, como
indica su nombre, un conocimiento que se quiere salvador y que revela a los
iniciados el secreto de su origen y los medios para alcanzarlo. El gnóstico
conoce mediante una revelación. El no cree, pues la fe es inferior al
conocimiento, y su gnosis “el conocimiento de la grandeza inefable”, es por sí
sola la redención perfecta. En palabras de Clemente de Alejandría, el gnóstico
dice saber: “Quiénes éramos y en quienes nos hemos convertido, dónde estábamos
y adónde hemos sido arrojados, hacia dónde nos apresuramos y de dónde somos
redimidos, qué es la generación y la regeneración.”
El
segundo rasgo característico del sistema gnóstico es un dualismo fundamental
que conduce a la depreciación del cosmos. Se trata de un dualismo que opone
Dios y el mundo, un dios separado, un dios radicalmente trascendente,
transmundano, que el mundo como tal es el anti-dios. La materia es por tanto
mala, obra de un dios inferior, el Demiurgo, al que frecuentemente se
identifica con el dios de los judíos. El demiurgós es decir el Artesano, es
el nombre que da Platón al creador mítico del universo; Filón lo utiliza para
designar al dios bíblico, y los gnósticos bautizan así al dios del Antiguo
Testamento, pues él es esencialmente el creador del mundo. Lo realmente
específico del pensamiento gnóstico es oponer esta figura del Demiurgo, creador
del mundo, a la del verdadero dios. Esta diferencia, e incluso esta oposición,
entre el dios creador y el dios salvador, implica que la historia de este mundo
no tiene interés, y que sólo el ascenso, del alma hacia las esferas celestes
merecen nuestra atención.
El
tercer rasgo es la división tripartita del hombre en cuerpo, alma y espíritu. Según la Gnosis este espíritu, chispa divina increada y preexistente,
ha sido atraído y encadenado a la materia infernal, a este engendro de la
materia que se llama cuerpo-alma del hombre, el cual tiene su razón de ser
dentro del plan del dios creador. El espíritu se haya encadenado contra su
voluntad en castigo por el pecado primigenio, en un mundo que le es extraño e
impuro, crucificado en la materia. El espíritu no está atado al cuerpo sino al
alma. El alma es el soplo del dios creador sobre el hombre que lo convierte en
alma viviente. El espíritu se relaciona con el cuerpo a través del alma. El
alma es lo anímico en el ser humano, no es algo superior como lo es el espíritu
increado. El espíritu está en este mundo pero no pertenece a este mundo. No
pertenece a este mundo ilusorio de materia y tiempo. El espíritu aborrece la
materia, pugna por liberarse de su prisión. Para los gnósticos el verdadero
hombre es su espíritu increado y eterno, encadenado al cuerpo-alma creado y
efímero, aprisionado en la materia. En el fondo no deja de ser un dualismo
platónico aunque sostenga una división tripartita, pues hay únicamente dos
polos opuestos e irreconciliables: el espíritu y el cuerpo-alma. El espíritu
representa en el hombre al dios incognoscible, el cuerpo y el alma al dios
creador o demiurgo. El alma ha sido creada por
el demiurgo al igual que el cuerpo, y es lo que da vida a éste, lo que lo
anima, lo anímico. El alma solo ansía unirse a su creador, al demiurgo,
fusionarse con él. El espíritu, por el contrario, es un prisionero en este
mundo extraño que no le pertenece y que para él es el verdadero infierno, no el
infierno imaginario de la religión oficial. El espíritu solo desea liberarse y
volver al mundo incognoscible de donde proviene. Para el espíritu, el cuerpo y
el alma son tan horribles como la materia y el tiempo. El bien está representado por el
espíritu y el mal por el cuerpo y el alma. Quien peca realmente es el
cuerpo-alma y no el espíritu. Para los gnósticos, cuando Pablo afirmaba que él
dejaba de hacer el bien que deseaba y se encontraba en sí con el mal que
detesta, se refiere a esta lucha interior. Peca, pues, el cuerpo y el alma de
Pablo, mientras que su espíritu lucha por no dejarse contaminar por este mal.
Pablo, realmente no peca, porque Pablo es verdaderamente su espíritu increado. El demiurgo desea que esta verdad permanezca secreta y
oculta a los hombres. Los agentes del demiurgo, la religión oficial, ocultarían
esta gnosis haciendo del alma una entidad divina y perfecta creada por Dios,
haciendo pasar todas las virtudes del espíritu al alma, identificando ambos
como una sola cosa, y eliminando esta división tripartita paulina de cuerpo,
alma y espíritu, pasando a una división dualista del hombre, cuerpo y alma.
Para ellos esta “conspiración” tuvo éxito haciendo que los hombres se olviden
del espíritu. Y no sólo en el cristianismo, sino en las demás religiones que el
demiurgo ha inspirado, y que hablan exclusivamente del cuerpo y del alma como
los únicos constituyentes del hombre. Pero este es un argumento plenamente maniqueo que
tranquiliza las conciencias y las exime de responsabilidades frente al mal y al
pecado. San Agustín que fue seguidor de Manes y de los maniqueos, que no dejan
de ser una rama gnóstica de las muchas existentes, luchó tras su conversión
contra este error de interpretación. Es curioso cómo los gnósticos de todas las
épocas pretenden usar a San Pablo para justificar su “teología”, curioso y a la
vez paradójico, pues Pablo fue un feroz apologeta contra los gnósticos de su
tiempo.
En cuarto lugar afirman que la
verdadera gnosis sería despertar en el hombre esta conciencia de la presencia
de esa chispa divina oculta y prisionera en su interior que debe ser rescatada
y liberada de su prisión material para que un día pueda volver a su mundo
incognoscible, su verdadera patria. De todo ello deducen consecuencias acerca
de la resurrección de los muertos que profesamos en el símbolo de la fe
cristiana, negando la posibilidad de una resurrección en la carne, ya que la
materia y por tanto la carne es algo malo que aprisiona al espíritu y que está
llamada a desaparecer. Lo que resucita es el verdadero hombre, es decir, su
espíritu para fusionarse con la esfera de lo divino en un retorno a su origen
eterno.
Esto es a grandes rasgos un esquema
muy somero de su pensamiento, pero que nos puede clarificar que las fuentes de
dónde toman estas ideas no se encuentran
en la predicación evangélica ni en el mensaje de Cristo. Si buscamos su origen
lo debemos hacer en el pensamiento filosófico-religioso del mundo Antiguo y en
las religiones mistéricas y paganas. Ya encontramos sus ecos en los escritos
del Nuevo Testamento, especialmente en San Pablo. El mismo advierte de este
peligro a Timoteo:
“Te rogué, al irme para Macedonia, que te quedases en Éfeso,
para que recomendases a ciertos individuos que no enseñasen raras doctrinas, ni
se dedicasen a fábulas y a genealogías interminables, que más bien suscitan
discusiones que el avance de la obra de Dios por la fe. Realmente, el fin de la
Ley divina es el amor que brota de un corazón limpio, de una buena conciencia y
de una fe sincera, de las cuales habiéndose apartado algunos, se han perdido en
discursos inútiles, aspirando a ser doctores de la Ley, cuando siquiera
entienden ni lo que dicen ni lo que con tanto aplomo aseguran.” (1ª Tim 1, 3-7).
Estemos pues, como cristianos, prevenidos
ante aquellas doctrinas y filosofías meramente humanas, como el gnosticismo,
que pretenden considerarse como detentadoras de la Verdad absoluta y poseedoras
del auténtico conocimiento cristiano. Verdaderos cantos de sirena que solo
conducen a los navíos de los hombres no a puerto seguro, sino a los escollos
del error y de la muerte. Enseñanzas que agitan el mar de la conciencia como
tormentas impetuosas que borran la calma y la paz del corazón, y que la
sencillez y mansedumbre del Santo Evangelio otorgan. Contra estos falsos
profetas luchó denodadamente San Pablo en los orígenes de la Iglesia, y también
los Santos Padres, y los primeros Concilios ecuménicos. Así previno San Pablo a
los presbíteros que él instituyó, conocedor de los gnósticos: “Y os
ruego, hermanos, que no perdáis de vista a los que causen divisiones y
escándalos contra la doctrina que aprendisteis, y apartaos de ellos; porque
esos no sirven a Cristo Nuestro Señor, sino a su vientre, y con palabras dulces
y agradables engañan los corazones de los sencillos.” (Rom 16, 17-18).
Como se ve con claridad el peligro
ya era cierto entre los primeros cristianos, y lo sigue siendo hoy en día. Hay
muchos que intentan torcer las palabras del Señor e interpretar el Evangelio
sin la luz de la Tradición. San Pablo nos vuelve a decir: “Mas tú permanece en
las cosas que aprendiste y te fueron confiadas, sabiendo de quienes las
aprendiste; porque desde la niñez conoces las Santas Escrituras, las cuales te
pueden hacer sabio en orden a la salvación por la fe en Jesucristo.” (2ª Tim 3, 14-15)
La fe cristiana se halla en su
plenitud sólo en Cristo y nos llega a través de la predicación apostólica que
se encuentra plasmada tanto en los Santos Evangelios como en la Tradición, cuyo
exponente son los Padres de la Iglesia. Los Concilios ecuménicos fueron
explicitando esta fe debido en parte a quienes la negaban o confundían, como
los gnósticos, los maniqueos, los marcionistas, los arrianos, etc.… Quien desee
profesar la verdadera religión de Cristo debe ir a estas fuentes de la Divina
Revelación y no a los libros de quienes, como Annie Besant, en su obra “El
cristianismo esotérico o los misterios menores”, maestra que ha andado los
caminos del ocultismo, al igual que Madame Blavatsky, Rudolf Steiner o Papus,
por citar algunos de ellos, y que han influido en generaciones de masones que
se han sentido atraídos por la parte esotérica, teosófica o mística del
cristianismo, pero que lejos de ayudarles a profundizar en la fe cristiana los
ha alejado de ella y derivado hacia doctrinas sino abiertamente contrarias al
cristianismo, si desvirtuadoras de su auténtico mensaje. Protejamos por tanto,
como masones cristianos, a la Orden Rectificada, de llegar un día a
avergonzarse de la Santa Religión Cristiana siguiendo otras doctrinas que le
son extrañas.
THADERIUS, Maestro Masón
Justa y Perfecta Logia Tau nº2
Justa y Perfecta Logia Tau nº2
en los Valles de Barcelona,
24 de Enero de 2014 A\V\ L\
Lamentamos no poder atender los deseos del COBARDE y felón que publica tantos comentarios injuriosos y lamentablemente "anónimos" en este blog.
ResponderEliminarUna pena el poco interés que despiertas y la gran atención que nos dedicas. Gracias. Dios te guarde.